Aleix Mercadé

Soy Aleix Mercadé. Psicólogo y filósofo, aunque no encajo del todo en ninguna de esas categorías.

Trabajo desde un enfoque integrador que combina ciencia psicológica (contextualismo, psicoterapia analítico-funcional y enfoque transdiagnóstico), filosofía crítica y espiritualidad madura, con un pie en la tierra y la mirada abierta a lo que no entendemos. Creo en la unión inseparable de cuerpo, mente, emoción y espíritu. Y en que cualquier intento serio de autoconocimiento pasa por integrar lo racional y lo intuitivo, lo individual y lo colectivo.

DE DÓNDE VENGO

Mi recorrido no ha sido lineal.
He transitado la dureza de la disciplina militar y la rabia del punk, la sobriedad de la ciencia y el vértigo de la experiencia espiritual profunda.
He vivido la sombra y la luz, a veces sin saber diferenciarlas. Y de esa confusión surgió la necesidad de encontrar herramientas que permitan transformar el sufrimiento en algo fértil.

Soy licenciado en Filosofía por la Universitat de Barcelona y graduado en Psicología por la UOC. Soy profesor en el Máster de Desarrollo Personal y Liderazgo (Kuestiona) desde 2016, he acompañado a personas en procesos de autoconocimiento desde hace más de 15 años, y he impartido decenas de charlas y conferencias en congresos y espacios formativos.

Divulgo sobre psicología y filosofía desde distintas plataformas, Escribo artículos, cuentos, poesía y ensayo, y exploro artísticamente la imagen, el movimiento corporal, el teatro y la música, como lenguajes de lo que no se puede decir (únicamente) con palabras.

Esto es lo que me empuja a trabajar hoy: crear espacios donde se pueda mirar la vida sin adornos ni autoengaños, donde podamos sostener tanto el dolor como la belleza, y desde ahí, aprender a vivir de forma más... más no sé... más adaptada a lo que somos y nos rodea.

LO QUE AÚN TRABAJO

No soy un maestro iluminado. Ni alguien que haya resuelto todo lo que enseña.
Soy una persona en proceso, compleja, contradictoria.


Hay cosas que me salen naturales y otras que me cuestan. Algunas forman parte de mi modo de estar en el mundo, otras son heridas aún abiertas. Aquí algunas:

Impulsividad y autocontrol: A menudo tomo decisiones rápidas, movido por la intensidad, sin reflexionar en las consecuencias. He aprendido a reconocer qué situaciones son críticas para mí y sigo entrenando la pausa. Aunque ahora estoy aquí a las 4:41 AM editando esto.

✹ Soberbia: He tenido que trabajar mucho para abrirme a la otra persona como un misterio. Para escuchar sin suponer, sin querer tener razón, sin que mi ego interfiera. En mi trabajo como psicólogo y facilitador, creo que lo consigo. Pero en otros contextos, aún me cuesta. Sigo entrenando la humildad y el compromiso de buscar el beneficio del otro, no mi satisfacción personal.

✹ Relación inmadura con el dinero: He crecido en una situación acomodada. Mi madre me sobreprotegió siempre, ayudándome incluso cuando no lo necesitaba. Eso hizo que no espabilara antes en cuestiones prácticas como el dinero. He trabajado en muchos oficios y contextos, pero sin la sensación de verdadera necesidad o urgencia. Hoy reconozco esa inmadurez y me esfuerzo en madurar: en valorar lo que hago, ponerle un precio justo y sostenerlo con responsabilidad.

✹ Hostilidad y combatividad: Soy combativo por naturaleza. Mi pasado militar y mi experiencia en deportes de competición me enseñaron a desafiar, a no ser conformista y a sostener mis posturas frente a cualquier persona o situación. Esa fuerza me ha sido útil para cuestionar y romper esquemas. Pero hoy también trabajo en ser flexible, en conectar con una parte más amorosa, cooperadora y abierta al encuentro, sin perder la intensidad, of course.

✹ Dificultad para ligar: Hay algo que todavía me cuesta mucho y que siempre he evitado: acercarme a una mujer desconocida que me atrae, sin enmascararlo. Estoy acostumbrado a relacionarme con personas que ya me conocen y que se acercan a mí. Ahí me siento seguro y yo mismo. Pero ante una desconocida tengo muchísima vergüenza, miedo al rechazo, y me enfada 'tener que' demostrar mis "mejores pasos". Lo siento artificial, no sé ser natural.

✹ Alegría esquiva: Me cuesta conectar con la alegría sencilla. Necesito primero sentir la alegría de la productividad y el aprendizaje y, segundo, que el disfrute sea muy profundo, intenso o significativo (en un sentido demasiado poco común) para abrirme y fluir. Sin embargo, hay excepciones, como cuando juego con mi hija o comparto tiempo con alguien que amo. Los que me conocen saben de mi sentido del humor. Pero no es mi estado natural, si es que se puede decir algo así. Estoy aprendiendo a rendirme a esas pequeñas cosas sin pedirles que sean trascendentales, exclusivas o productivas.

✹ Dureza conmigo mismo: Soy exigente. Me he juzgado mucho, he sido duro. Esa exigencia me ha permitido mantener un compromiso férreo con el rigor, la verdad y el crecimiento. Pero también me ha dejado sin descanso muchas veces. Sigo practicando la compasión conmigo, aunque no siempre me resulte fácil.

✹ Autoestima frágil: Considero que hay una parte de mí que siente poca valía. No porque no me respete, sino porque mi autovaloración depende —como le pasa a muchos seres humanos, aunque cueste admitirlo— del reconocimiento de los demás. Y el reconocimiento suele venir de quienes valoran aquello que coincide con sus propios valores.

Ahí es donde mi naturaleza me complica las cosas. Soy contradictorio: racional y espiritual, científico y simbólico, dominante y vulnerable, escéptico y creyente. Esa complejidad, que para mí es riqueza y libertad, muchas veces me vuelve invisible o incomprendido. El que valora la evidencia me ve como un pseudo; el que valora la intuición me ve como un rígido; el que valora la dulzura me ve duro; el que desconfía de lo emocional, como demasiado sensible; el que valora la claridad me ve ambiguo.

Siento que pertenezco a muchos lugares y, al mismo tiempo, a ninguno.

Y aunque sé que esta contradicción es mi fuerza, hay momentos en los que desearía simplemente encajar. Y lo digo con tristeza. Y está bien.

Ahí es donde más me entreno: en sostener la propia forma sin necesidad de validación externa. En reconocerme por dentro cuando no hay aplausos fuera.

Desde ese lugar —desde esa mezcla de fortalezas y grietas— acompaño a personas que no buscan un cambio superficial, sino una transformación real. Creo en que podemos vivir lo que es importante para nosotros aún no sintiéndonos todo lo bien que idealmente nos gustaría.

No necesito sentirme bien para hacer lo que me gusta y se me da bien.

Creo en procesos profundos, en el entrenamiento emocional y espiritual sin atajos. En el pensamiento crítico aplicado a la espiritualidad. Y en la necesidad de sostener el sufrimiento sin anestesia para poder vivir con más libertad.

Mi trabajo es ayudar a otros a entrenarse en eso. No soy perfecto, ni quiero serlo.
Soy alguien que apuesta por la integridad, el rigor y la autenticidad. Alguien que se ha visto por dentro, en lo mejor y en lo peor.
Y que sigue entrenando cada día.